Panaji (se pronuncia ‘Pangim’) es una ciudad que está al norte de Goa, en la costa oeste de la India. Después de pasar un par de días en Bombay, llegar a Pangim fue como volver a casa, a un lugar conocido. La ciudad me recordaba en concreto a Canarias, con sus casas balconadas de vistosos colores y ventanas de madera, cubiertas por una vegetación repleta de palmeras.
Goa fue colonia portuguesa por 450 años (en 1961 se anexó al resto de India), y ese pasado está presente en sus ‘ruas’, en la arquitectura de las casas y en los rasgos, más europeos, de sus habitantes. Abundan los ‘Souza’, los ‘Gonzalves’ y los ‘Fonseca’, que lucen pintados en los azulejos de los negocios que anuncian dentistas, médicos o abogados.
El color de las casas de Pangim cobra más intensidad al atardecer, cuando los tonos adquieren infinidad de matices, y el enrejado de las ventanas produce sombras distorsionadas que se apoyan en las fachadas.
Si hay un momento en que parece que el tiempo retroceda y que Pangim se parezca un poquito más a cómo fue, es el de la siesta. Los negocios más pequeños echan sus cierres y mientras la gente toma chai (té) en algún bar o puesto cercano, las calles de quedan vacías. Quitando las bocinas de algún tuk-tuk o moto, en esos momentos a uno le cuesta menos imaginarse cómo fue la ciudad en sus años de prosperidad como colonia portuguesa.
Los primeros planos se llenan de color en sitios como Pangim, donde hasta un simple trozo de tela puesto para proteger una bici se convierte en un blanco excelente para ser fotografiado.
Los balcones de las casas portuguesas son perfectos para fisgonear, sin riesgo de ser atropellado por las motos, el bullicio de la calle. Son miradores desde los que contemplar el final del día y descansar por unos minutos.