Una de las cosas más importantes que aprendí durante el viaje fue a alimentar y desarrollar la capacidad de admirar lo bello. Seguro que estás pensando que eso no es nada difícil de conseguir cuando viajas por lugares exóticos, nuevos y tan ajenos a nosotros donde todo nos sorprende y nos llama la atención. Tienes razón: eso no es difícil y desde luego no tiene ningún misterio. Pero también es verdad que cuando pensamos en algo bonito o capaz de dejarnos con la boca abierta o hacer que nos paremos en seco para contemplarlo, muchas veces pensamos en grandes paisajes, o imponentes edificios. Raramente pensamos en lo bonito que puede ser algo pequeño y habitual.
Gracias a mi cámara y sobre todo a este blog que tanto me da, he puesto en marcha una capacidad que hasta entonces desconocía; la de admirar la belleza de lo cotidiano. Un plato con unos tomates, unos maíces secándose al sol, un puñado de alubias, unas cortinas, el reflejo de los charcos o el brillo de determinado objeto con el sol. Vivimos en un mundo lleno de estímulos, de colores, de sensaciones y texturas, un mundo que se pone sus mejores galas al igual que las personas hacemos cada día cuando dedicamos nuestro tiempo a ponernos guapos y así gustar a los demás y gustarnos a nosotros mismos.
Viendo las fotos de mi viaje por Asia y Oceanía aprendí a valorar el arte (porque es un arte), de reconocer las sensaciones que me provocaba la belleza de algo pequeño y común, y por eso he decidido empezar un nuevo apartado llamado ‘La belleza de las cosas pequeñas’. Espero que disfrutes con las fotografías y te ayuden para empezar a admirar la belleza de lo cotidiano y de todo lo que nos rodea.
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